Los voluntarios bajaron del furgón. Ella y él, jovencita y cincuentón, con sus uniformes azules o quizás rojos, las bolsas blancas de comida en las manos enguantadas en látex. Al otro lado de todo, un árbol superviviente de los tiempos de la huerta alicantina, media acequia seca colmada de papeles, latas, vidrios y ropa podrida, una tienda de campaña abierta por el fondo, un sofá meado en el que reposaba el Braulio. Los dos voluntarios se acercaron al Braulio, cómo va todo, qué tal. Al Braulio le ha quedado una pensión de 900 euros porque antes de ser un indigente, un vagabundo, un mendigo, fue uno de los nuestros, un hombre a un sistema pegado, nómina, hipoteca y polvete dominical. Ahora todo eso terminó, se lo llevaron la farlopa y Don Simón, y desde hace veinte años el Braulio anda durmiendo con las estrellas como techo, envuelto en mierda.
Cómo va todo, repiten, y él dice que entusiasmado, a sus 66 años se ha echado una novia de 27, rubia, buen cuerpo, preciosa, aunque al Braulio lo que más le importa es que tiene buen corazón y se ha enamorado de él hasta las trancas, su hija de 10 años ya le llama papi, se acaba de graduar con muy buena nota allá en Colombia o Ecuador, le acaba de enviar una foto con la toga y el birrete, el Braulio ya le ha mandado 1200 euros para que se puedan pagar el billete de avión porque para el verano la madre y la hija se van a ir a vivir con él.
Tú estás loco, se espantan los voluntarios, no la conoces de nada, te está sacando los cuartos. Sí nos conocemos, se defiende el Braulio, la llamo cada tarde por teléfono, estamos enamorados y se va a venir a vivir aquí. ¿Pero ella sabe cómo vives?, recalcan los voluntarios, les da tanta pena que una desconocida le esté sacando los cuartos al Braulio aprovechándose de que está más solo que la una, se divorció de una mujer y enviudó de otra, con sus hijos no se habla, los nietos no le conocen, media vida borracho, a pelea limpia y malviviendo en un sofá llena de roña. Que sí lo sabe, cojones, se mosquea ya el Braulio, dice que cuando pueda viajar a España, con mi pensión y un trabajito en negro que encuentre ella hasta que se saque los papeles, podemos alquilarnos un piso para los dos.
A ver si te va a estafar, sugieren los voluntarios mientras el Braulio menea la cabeza con una sonrisa, ilusionado, mañana cuando se le pase la medio moña que lleva irá al locutorio a mandarle 200 euros a la nena de regalo de graduación, esa nena rándom de Latinoamérica que tanto le wasapea llamándole papá. Esa sinvergüenza le está estafando, se indignan los voluntarios, ya en el furgón, mientras siguen la ruta a ninguna parte del mapa de las personas sin hogar.
Al otro lado del globo, una mujer se despierta en una habitación que lleva tres meses sin poder pagar. Tiene media hora, hasta que se levante la nena, para mandarle un par de wasaps y una foto peinada y maquillada a ese hombrecillo de Alicante que está tan enamorado de él. Quizás la foto la comparta con los otros, el de siempre de Sevilla y el nuevo jubilado de Badalona al que acaba de conocer, quizás al de Badalona le regale una teta para que se anime a hacerle el primer bizum.
Menea la cabeza tristemente. En el fondo le dan algo de pena esas almas solitarias que quieren creerse la realidad alternativa, esa vida en la que comparten casa, cama, paseos e ilusiones con una mujer bonita, dulce y joven, que podría haber sido su propia hija si a la mamá de ella la hubiera preñado un romántico de corazón caliente, en vez de aquel cabrón con la cabeza tan fría. Hay días en que se siente estafadora, trolera, puta.
Luego ve los rizos tan rubios de su hija, la ropa recién comprada, los libros nuevos, y su alma tan machacada por la vida se viene arriba. Así que se sienta a los pies de la cama, cuidando de que su nena no despierte, y le dice al Braulio que se cuide, que ese color tan negro en el pie sucio, con las uñas mejillones, no presagia nada bueno. No seaas tonto, mi bien, y acércate al hospital. Piensa que debes estar bien sano para cuando la nena y yo nos vayamos para siempre a tu país.
Antonio Marcelo