27/12/2016

La historia de Juan de la Cruz Salas Morales: Un aguileño entre los últimos soldados de la guerra de Filipinas

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Hasta 1898 España mantenía un importante imperio en ultramar: Cuba y Puerto Rico en el Caribe y el archipiélago de Filipinas y Las Carolinas en el Pacífico. La metrópoli se hallaba sumida en una grave crisis política desde el final del reinado de Isabel II. Alfonso XIII era aún un infante por lo que se encontraba al frente del país la regente, su madre, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, viuda del rey Alfonso XII, que ejercía su función junto a  Mateo Sagasta, presidente del gobierno. Los EE.UU. comenzó a mostrar un fuerte interés en el Golfo de México debido a su proximidad con el Istmo de Panamá (franja de tierra que conecta a América del Norte y América del Sur), área de posible conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico. Los EE.UU. tenían un interés especial en Cuba, pues era un fuerte productor mundial de azúcar, lo que significa una buena inversión. A partir 1895, los EE.UU. empezaron a apoyar abiertamente los procesos de independencia de Cuba y de las Filipinas del imperio español, en franca decadencia. Este apoyo acabó por generar un conflicto que se conoció como la Guerra Hispano-norteamericana.

Esta guerra marcó el inicio del reconocimiento de los Estados Unidos como una gran fuerza militar o potencia mundial. En Enero del año 1898, el acorazado estadounidense USS Maine entró al puerto de La Habana para proteger los intereses estadounidenses durante la guerra de Independencia cubana. Tres semanas después, el 15 de febrero de 1898, hubo una explosión a bordo del Maine, destruyendo un tercio de la parte delantera de la embarcación, pronto se iniciará un proceso de investigación. Estados Unidos interpretó la destrucción del  buque como un ataque español. Inmediatamente los periódicos estadounidenses acusaron a los españoles de la detonación y denunciaron las supuestas atrocidades que estaban cometiendo en contra de los rebeldes cubanos. El presidente McKinley enviará un ultimátum exigiendo la retirada de la isla de Cuba a España, que rompería las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos el 21 de abril. En ese mismo día, la Marina de los EE.UU. inició un bloqueo a Cuba. España declarará la guerra a Estados Unidos el 23 de abril y los Estados Unidos harán lo propio con España el 25 de abril de 1898. Filipinas en este momento ya estaba en pie de guerra contra los españoles buscando su independencia.

No había sido fácil para  la metrópoli controlar, por la ausencia de recursos materiales y humanos, una tierra como Filipinas formada por más de 7.000 islas que se extienden de Norte a Sur 2.000 kilómetros y que estaba situada a 8.000 kilómetros de México, el dominio español más cercano, y a 24.000 de Madrid por la  primitiva ruta del Cabo de Buena Esperanza, distancia que pudo reducirse a 15.500 kilómetros con la apertura del canal de Suez en 1869. El control que España hacia no pasaba de ser nominal, habiendo sido las órdenes religiosas las encargadas de administrar el territorio

Durante el siglo XIX se había producido una transformación notable de la sociedad y economía filipina, al tiempo que se había acentuado el abandono por parte de la metrópoli. Dicha transformación, ligada a la agricultura de exportación y a la liberalización del comercio,  provocó el nacimiento de una incipiente burguesía autóctona.

El Galeón de Manila, también llamado Galeón o Nao de Acapulco, y Nao de la China, permitió transformar la economía agraria de subsistencia filipina en una economía de intermediación entre Asia, América y Europa por el estímulo de la plata americana. La estabilidad que había conseguido el Gobierno de Filipinas con el control público del tabaco hizo que tras la irrupción del servicio, con la independencia de Méjico en 1821, no se viera resentida la economía acelerándose el proceso de apertura económica, lo que fortalecerá la burguesía local.

La apertura del Canal de Suez en 1869, al acortar la distancia entre España y el archipiélago, posibilitó que se realizara una política colonial más activa. En la “Historia General de España” de  Modesto Lafuente, editada entre 1850-1867, apuntaba que en Filipinas “puede recuperar España con creces los recursos que perdió en América porque las posibilidades de esas islas eran casi infinitas”. Una parte importante de los miembros del gobierno compartía esta opinión proclamando la necesidad de focalizar la acción de la metrópoli sobre Filipinas en un momento en que se producía la primera Guerra de Cuba (1868-1878) resultando evidente de que la  independencia de esta isla era cuestión de tiempo, abriéndose una alternativa de un nuevo imperio marítimo que contrarrestaba la perdida de la preponderancia en las Antillas. De esta manera el estado hizo una serie de reformas entre 1879-1883 para controlar directamente la economía. El nuevo marco convertía a Filipinas en una colonia de explotación sin derechos políticos destinada a la producción de tabaco, azúcar, café y abacá o cáñamo de Manila, produciéndose el desestanco del tabaco del archipiélago que controlaba la élite local,  estableciéndose desde 1883 mediante un decreto la total libertad de la industria tabacalera de la isla, dando lugar a la creación de Compañía General de Tabacos de Filipinas administrada desde el estado

La transformación de la sociedad filipina y la reivindicación de políticas reformistas, que aparecían dentro de la constitución española de 1869, provocó un desencanto entre los intelectuales filipinos por no aplicarse en la práctica las medidas prometidas desde el Gobierno. En 1872 habrá un motín de la guarnición indígena de Cavite por la pérdida de privilegios del pago de tributos que antes disfrutaban los oficiales. Durante los años posteriores se produce una fuerte recesión económica, que afecta a los hacendados de la isla, quienes habían perdido el monopolio del estanco de tabaco, lo que rompía con el tradicional dinamismo que había mantenido la agricultura de exportación, el principal sector productivo de este enclave. La hacienda colonial filipina quedó de esta manera en una situación de insolvencia por tener que destinar sin contrapartida alguna a la península  parte de la cosecha de tabaco recolectado en su territorio. Los años ochenta las órdenes religiosas iniciaron un proceso de administración directa de sus propiedades para aumentar rentas, prescindiendo de intermediarios lo que repercutía en el soporte financiero de los intelectuales reformistas. El fracaso del dialogo con el gobierno en acceder a las concesiones reclamadas desde la colonia por la clase dirigente, suscitaron el resentimiento entre las élites insulares, quienes desde 1890 optaran por la independencia como única solución. Andrés Bonifacio creó la sociedad secreta Katipunan en 1892, que usara la cuestión de tierras de la iglesia para atraerse a la población campesina descontenta, que estaba convencida de que los auténticos responsables de su miseria, no eran los mediadores tagalos y mestizos que tradicionalmente les venían explotando, sino los tan denostados religiosos.

La revuelta se inició en agosto de 1896 con  “el Grito de Balintawak” cuando en una reunión de los miembros del Katipunan estalló lo que en un principio se llamó insurrección tagala, siendo posteriormente denominada como Revolución Filipina. Andrés Bonifacio se alzó contra las autoridades españolas en las inmediaciones de la localidad de Caloocan, en los arrabales de Manila. Aunque el levantamiento fue inmediatamente sofocado, la sublevación logró  consolidarse en la provincia de Cavite, comandada por Emilio Aguinaldo, que tomará el protagonismo de la revolución, deteniendo la contraofensiva de las tropas de gobernador. Las negociones entre los insurgentes y las autoridades españolas que había empleado su superioridad armamentística y numérica para recuperarse de las derrotas iniciales, culminaron con el “Pacto de Biak-na-Bato”, firmado en diciembre de 1897, que puso fin a la primera parte de su insurrección. Por este acuerdo Emilio Aguinaldo deponía las armas para someterse a las autoridades, abandonando el país junto con los principales líderes de la revolución, estableciéndose en Hong Kong y recibiendo como indemnización una suma de 400.000 pesos que luego invertirá en adquirir armamento.

Cuando la Guerra entre España y los Estados Unidos comienza, la flota norteamericana del pacifico zarpó hacia las posesiones españolas del Pacífico. La capital de Filipinas, Manila, fue bombardeada y en pocas horas la flota española comandada por el Almirante Patricio Montojo fue destruida por el comodoro George Dewey a bordo del USS Olympia durante la batalla de Cavite. Poco después, el líder filipino Emilio Aguinaldo volvió a las Filipinas. Tras la derrota de la flota española en Cavite, el uno de mayo, se intensificó la insurrección en Filipinas con la ayuda de Estados Unidos. Las fuerzas revolucionarias filipinas derrotaron a las fuerzas españolas  proclamando su líder, Emilio Aguinaldo, la soberanía y la independencia de las Islas del dominio colonial de España el 12 de junio de 1898, pero no obtendría la declaración reconocimiento internacional. El Tratado de Paris, firmado en diciembre de 1898, ponía fin formalmente a la guerra contra los Estados Unidos, cediéndoles España la soberanía de Filipinas, acabando con los restos de su imperio ultramarino. Un destacamento español formado por cuatro oficiales y cincuenta soldados, desconociendo el final de la guerra, no se rindieron, permaneciendo un año atrincherados (Junio 1898- Junio 1899)  en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón. Durante el largo asedio los sitiados, hostigados por el enemigo, escaseando los víveres, manteniéndose con una dieta mínima a base de arroz, tocino y habichuelas, sin acceso al agua potable, acabarán debilitados, siendo presa de enfermedades tropicales como beriberi o disentería, teniendo numerosas bajas. Las autoridades españolas mandaron repetidamente misivas y enviaron para interceder al teniente coronel de Estado Mayor Aguilar, que había sido comisionado para la evacuación de las tropas españolas en Filipinas, para lograr su rendición sin conseguirlo. No dieron crédito a los periódicos que portaba que indicaban que la contienda había acabado, pensando que se trataban de buenas falsificaciones con una tipografía idéntica a  la  original. Los insurgentes habían intentado también convencerles por mediación de dos franciscanos españoles que tenían prisioneros, pero no habían logrado tampoco resultados. Finalmente una comprobación que hizo el teniente del destacamento de los periódicos que les habían proporcionado donde aparecía una reseña sobre el nuevo destino de un oficial que conocía, le demostró que era imposible que conocieran  dicha información, por lo que las noticias eran reales.  Capitulando finalmente, cuando apenas contaban con suministros para subsistir.

Una de las consecuencias de la guerra contra Filipinas fue el abandono de miles de antiguos colonos españoles (soldados, funcionarios, sacerdotes, etc.) que quedaron desamparados en las islas. Por un lado se encontraron desatendidos por parte del Gobierno español que emprendió acciones de rescate muy tarde, puesto que hasta el último momento no se renunciaba a la posibilidad de que pudiera conservarse el archipiélago, por lo que no se procederá a realizarse la evacuación definitiva hasta la firma del tratado de Paris y por otra serían repudiados por los propios filipinos que veían en ellos a sus antiguos opresores, actuando de manera hostil contra los ciudadanos  de la antigua nación dominadora. Los posibles vínculos de amistad que pudieran haber con la población local del periodo anterior  hizo que Emilio Aguinaldo publicara un decreto en noviembre de 1898 en donde se amenazaba con veinte años de cárcel, se decía que por traición, a todo aquel que ayudase a huir a algún prisionero de guerra.

Las cláusulas exigidas para su liberación fueron muy duras, resultando lentas, sobre todo porque terminada la guerra dio comienzo el conflicto filipino-norteamericano (1899-1902), retrasando la entrega de los prisioneros.

Aunque la repatriación oficial  finalizaba en Junio de 1899, la mayor parte de los presos no volverá de regreso a la península hasta 1900. Por tanto después de los que han sido denominados como “los últimos de filipinas” del sitio de Baler, aún quedarán dispersos por las selvas, encarcelados o escondidos, un número aproximado de unos cinco mil soldados que estaban fuera de las estadísticas, olvidados desde las instituciones. La situación era complicada, no teniendo autoridad el gobierno para intervenir directamente ni tampoco el cuerpo militar, habiéndose cedido  la soberanía de la isla. Desde la prensa también silenciaron esta cuestión a la opinión pública en un momento en que estaba apareciendo la idea de “Regeneracionismo de España” entre los intelectuales, teniendo que olvidar la anterior etapa, en un intento de rehacer el país. Los únicos que los recordaran serán los desolados familiares que los darán por desaparecidos o muertos, como se indicaba en los informes oficiales. La incapacidad manifiesta de la clase política dirigente provocará multitud de historias dramáticas de unos hombres omitidos en todos los informes.

En este sentido puede destacarse el episodio vivido por el conquense Luis Checa Martínez. Luis fue hecho prisionero semanas antes de que el general Fernando Primo de Rivera, capitán general de las islas, firmara la paz. Mientras los héroes de Baler resistían el sitio, él tiraba de un arado junto a una vaca. Se negaba a casarse con una de las hijas de un cacique local y eso le convirtió en un esclavo, siendo alimentando con una libra de arroz y un trago de agua como sustento diario como hacían con las demás bestias. Un día, como tantos otros, cogió el borrico y los cántaros para llenarlos de agua y echó a correr sin tener claro a dónde se dirigía. Caminó por las noches y se ocultó entre los setos y riscos por el día, evitando poder ser descubierto, eludiendo que pudiera ser delatado.

Su peregrinación se alargó durante días a la intemperie hasta que en un momento, a lo lejos, pudo oír voces que hablaban español. Eran compatriotas que aguardaban en el muelle para subir al barco de regreso a su casa. Pudo contar su increíble odisea y le hicieron un hueco. Corría en ese momento el año 1903 y Filipinas ya era de EEUU.

No sería el único caso destacable en este sentido. Tenemos la increíble aventura del aguileño Juan de la Cruz Salas Morales. Juan  luchó en la isla de Luzón, que será centro principal de las operaciones bélicas durante la Revolución Filipina. Fue en dicha lugar donde Emilio Aguinaldo proclamó la independencia filipina. Tendrá que luchar en medio de la manigua, que es el nombre que reciben en gran parte de Centroamérica y el Pacifico los terrenos pantanosos.

Después de caer enfermo tendrá que volver a la línea de combate sufriendo ocho meses de asedio en el fuerte de San Buenaventura, situado dentro de la circunscripción de la ciudad de San Pablo, en la provincia de La Laguna en  la isla de Luzón. La falta de suministros motivara la rendición de su destacamento, comenzando aquí un cautiverio donde será obligado a trabajar cultivando campos de arroz, hasta que puso escaparse, permaneciendo perdido en la selva durante ocho meses. Logro sobrevivir  siguiendo el cauce de un rio llegando hasta Manila, donde se presentó ante las autoridades americanas que en ese momento estaban en poder de la isla, siendo ingresado en un hospital para recuperarse durante un año, hasta que finalmente fue repatriado a la península, volviendo de nuevo a Águilas

La prensa nos hace participes del relato de unas vivencias que podrían servir de argumento para una novela o película.

Línea 24/3/1964

Nos hemos entrevistado con un soldado de los poco que quedan de la campaña de Filipinas en el año 96 al 98. Se trata del anciano de 88 años Juan de la Cruz Salas Morales, que a la edad de 18 años fue incorporado al ejército, saliendo de Águilas, para Barcelona, en donde formo parte del Octavo Batallón de Cazadores, con destino a las islas Filipinas.

La historia de este soldado es interesantísima. Era el Capitán don Camilo Polavieja, jefe del Ejército de Filipinas cuando el llegó a Manila con los generales Jaramillo y Ríos, y el capitán de su compañía Iglesias

Guerrearon en la Isla de Luzón contra los insurrectos al mando de Aguinaldo, luchando denodadamente en medio de la manigua, en donde muchos de los soldados españoles cayeron enfermos con fiebres, encontrándose Juan de la Cruz Salas durante dos meses en el hospital de Manila, reincorporándose seguidamente por la falta de hombres en el ejercito

Ocho meses de asedio

Encontrándose en el fuerte de San Buenaventura y sin auxilio de nadie, aguantaron unos ocho meses de asedio, hasta que se les acabó toda clase de alimentos y capitularon los pocos que aún quedaban. Fueron hechos prisioneros y sujetos con grilletes en los pies obligados a trabajar, casi sin poderse sostener.

Después fueron llevados a un campo de arroz, en donde trabajaron ya libremente. En una ocasión el centinela empezó a limpiar el fusil, sacando previamente los cartuchos. Cuando vio que el arma no funcionaba, salió corriendo de internose en la espesura, estuvo así durante seis meses, viviendo a la copa de los árboles y comiendo plátanos y cocos hasta dar con un rio que siguiendo su curso, lo llevó hasta Manila. Cuando llegó ya estaba en poder de los americanos, que lo internaron en un hospital trece meses, hasta su devolución a España

Le llevaron luto

Cuando Juan de la Cruz desembarcó en Cartagena y telegrafió  a su casa en Águilas, se armó un alboroto, pues su madre y hermanas, ya le llevaban el luto hacía tiempo y su llegada fue un verdadero acontecimiento por parte de autoridades y pueblo

En la actualidad ha cumplido los ochenta y ocho años. Habla con dificultad, pues se emociona y llora al recordar aquellas calamidades. En la actualidad recibe una pensión de doscientas cincuenta pesetas por superviviente de las guerras coloniales, más otra pensión laboral por sus cincuenta años de trabajo en el puerto del Hornillo

Son muchos los recuerdos que nos ha contado este héroe anónimo, a los cuales daríamos con gusto una detallada extensión, pero la falta de espacio en nuestras páginas nos hace totalmente imposible su publicación que nosotros daríamos de buen agrado

Habrá  una reseña en prensa con motivo de su muerte donde aparecen algunos apuntes que completan su odisea

Línea 17/10/1965

A lo noventa años de edad ha fallecido uno de los soldados que lucharon en las islas Filipinas en la campaña de su insurrección

Se trata del anciano Juan de la Cruz Salas Morales, jubilado de su trabajo, una vez recuperada su salud a su regreso del archipiélago, en donde pasó una de las más raras y audaces epopeyas que puede vivir un hombre perdido en la intrincada selva.

Después del asedio del fuerte de San Buenaventura, que duró ocho meses, quedaron los supervivientes prisioneros de los tagalos que, encadenados, los pusieron a trabajar en los campos de arroz. Un día, cansado de tanto sufrimiento, de una vida de esclavo, viendo que el centinela estaba limpiando el fusil con las piezas y los cartuchos hechos un montón, dio un salto y se introdujo en la maleza con solamente y cuchillo y durante seis meses se alimentó de frutas y vegetales, durmiendo en las copas de los árboles, hasta que llego a las orillas de un rio y siguiendo su curso, diviso la ciudad de Manila a donde se presentó a las autoridades americanas, que lo llevaron al hospital, donde permaneció trece meses, hasta su devolución a España, desembarcando en Cartagena.

 Todas estas peripecias tuvimos la ocasión de escucharlas aumentadas por una conversación mantenida con su hijo. En aquella ocasión sus familiares le llevaron luto hasta su aparición; hoy el hijo se lo lleva por la reciente muerte de uno de aquellos héroes anónimos como tantos otros procedentes de aquellas campañas de Cuba y Filipinas.

La ineficacia que demostraron las autoridades españolas en un principio pudo contrarrestarse con la labor de socorro promovida por el Casino Español de Manila, bajo la dirección de su presidente, Antonio Fuset. El propio Casino encabezó una suscripción con 5.000 duros, obteniéndose a los cuatro meses la cantidad de 26.000 pesos. A primeros de enero de 1899 llegaba a Manila, en calidad de Capitán General de las islas, el General Diego de los Ríos, con la misión principal de obtener la rápida liberación de los prisioneros. El 5 de febrero se desato la guerra entre Filipinas y Estados Unidos lo que alterara las negociaciones ante la nueva situación. Los filipinos reclamaran  ahora armas, munición o dinero a cambios de cautivos. El 22 de febrero se firmaba un Real Decreto concediendo el indulto a los filipinos confinados en presidios de la Península y el Norte de África, vieja exigencia de Aguinaldo para iniciar los acuerdos de liberación de presos españoles. Entre diciembre y enero de 1900, regresaba la gran mayoría de los supervivientes, unas 6.000 personas, bastantes dadas por muertos por sus familiares. La cifra había decrecido porque en los últimos meses muchos fallecieron víctimas de enfermedades. La repatriación se efectuó a través de grandes buques, acabándose con una importante etapa de la historia de España dando entrada al S XX.

 

 

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