02/01/2018

Tenía que pasar

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«Tú ya sabías que podía ocurrirte; alguna vez tenía que pasar». Si ya no cumplís los 30 –o los 40, me temo–, quizás recordéis ese soniquete de un anuncio creo que de Limón KAS. Recuerdo una buena serie de melodías comerciales, la mayoría adaptadas de canciones que ya estaban en el mercado –ahí está, para la propia firma KAS, el Dame Más de Álex de la Nuez–, y ésta en particular me viene como anillo al dedo para acompañar lo que me ha pasado esta Navidad con unos amigos catalanes.

He tecleado «catalanes» y muchos habéis girado los ojos al cielo suspirando: «Ya estamos, otra vez el Procès». Así es; me temo que así es, y me temo que la obsesión de un grupo importante de catalanes por meternos a martillazos su ley, su sentimiento de la justicia, sus sueños y sus fobias ha hecho que «Cataluña», «Procès» y «hastío» se hayan convertido en palabras sinónimas.

Mis amigos catalanes se van a llamar, a efectos de este artículo, Montse y Miquel, y nuestra amistad se remonta a mediados de los años 90, cuando yo vivía y trabajaba en Barcelona. Recuerdo muchas conversaciones con Miquel, paseando de noche por las calles multiculturales de Gràcia o por las zonas mestizas de Sants, debatiendo sobre España, Franco, Cataluña, José María Aznar y Pujol. Soy valenciano, he estudiado en línea en valenciano, soy absolutamente antifranquista –que las casas las podías dejar abiertas por las noches, se lo vas a contar a los que recibían la visita de los falangistas o la Guardia Civil a las 3 de la mañana–, y además siempre he defendido las diferencias culturales, por lo que en los ambientes nacionalistas nunca me he sentido incómodo. Dando por sentado que estamos hablando de cultura. De abrir la mente, y no de cerrarla. Sólo que, como todos ya sabemos, el Procès ha ido mucho más allá.

La primera vez que a Miquel le borré la sonrisa fue en los días previos al 1-O, el referéndum ilegal, sin ningún tipo de garantía, con el que una fracción de la sociedad catalana quiso imponerse a los demás, saltándose las leyes y las sentencias judiciales. Ya sabéis: Nosotros queremos romper con el resto del Estado, y vamos a romper con el Estado por nuestros santos cojones. Os pongáis como os pongáis. Si no defendéis nuestra reforma es porque sois franquistas, fachas, desinformados, traidores… gentuza, en suma, cuya voluntad no merece ser respetada. La nuestra sí, la nuestra quiere levantar una frontera porque así podremos tener desayunos más copiosos, engordar a gusto sin tener que repartir con los demás. Aunque muchos de nosotros aún tenemos la casa familiar en Murcia, en La Coruña o en Jaén, y aunque al sur del Ebro que queremos vallar haya pueblos que hablan nuestro mismo idioma.

La primera vez que le borré la sonrisa a Miquel, estaba diciendo, fue después del verano, cuando me mandó por wásap un vídeo, presuntamente de mucha risa, donde los aldeanos de no sé qué pueblo de la Cataluña interior, la independentista, despedían entre burlas y risas a un convoy de la Guardia Civil que había ido a poner orden después de no sé qué pelea. Mi respuesta: que en nuestros tiempos sólo los delincuentes suspiran de alivio cuando se va la Guardia Civil. Aquello le torció el gesto. Ahí ya no hubo emoticonos enjugándose las lágrimas de risa, ni puños revolucionarios en alto; sólo un serio y solemne «tú no sabes lo que está pasando aquí» que me hizo cabecear con cierta tristeza. Sólo con ver ese vídeo y tu reacción sé lo que está pasando y lo que queréis que pase, amigo Miquel…

Llegó el trágala del 1-O. El Gobierno cometió un error mayúscula ordenando un imposible: retirar cualquier contenedor donde se pudieran meter papeles, esto es, buscar a Wally. Un error con una inmensa carga simbólica, ya que en esta sociedad democrática –en esta Unión Europea de donde los indepes se quieren marchar, en esta España a la que los indepes y ciertos tontos útiles llaman «dictadura»–, la visión de unas urnas y un colegio electoral hace que casi todos nos pongamos en  pie y en posición de firmes. En la EGB hemos mamado el respeto hacia la división de Poderes, el Parlamento y la Constitución del 78: es nuestra Carta Magna la que nos hace respetar las urnas. Aunque a la vista está que a otros les han enseñado además otras cosas propias de las reyertas tribales del siglo XVIII.

El 1-O, como todos recordamos, un juez le dijo a la Policía que no se podía celebrar un referéndum que era ilegal. Muchos miembros de la policía autonómica, los Mossos, con su comisario –político– al frente, optaron por saltarse la ley, pasándose por la placa la voluntad y los derechos de parte de los catalanes, y se echaron a un lado cobardemente, cómplices de los infractores, dejando que los demás policías se llevasen los insultos y los reproches, y de paso algún que otro golpazo.

Una semana después, en aplicación de la Constitución, el Gobierno central privó de sus poderes a los políticos golpistas y convocó elecciones autonómicas. Siguiendo un procedimiento que se aprobó en su día, en las urnas, obra de unos diputados y senadores elegidos en elecciones generales, con una refutación en un referéndum… y además con una ponencia de siete padres en la que hubo dos catalanes: uno de ellos comunista, y el otro nacionalista y representando a su vez a los vascos.

Han llegado las Navidades, y a diferencia de lo que solía pasar, ni Miquel ni Montse me han felicitado. De manera que, evidentemente, les he felicitado yo.

«Querido Miquel, os deseamos que paséis unas buenas fiestas de Navidad y que tengáis un buen año 2018. Un abrazo, Toni y los niños». En catalán, nuestra lengua común, sólo que en mi tierra la llamamos «valenciano».

La respuesta de Miquel, al instante: «Igualmente, esperando que éste sea el año en que nos vayamos por fin de España. VIVA CATALUÑA».

La respuesta de Montse, en los últimos momentos del año: un «bon any» frío, indiferente; una felicitación de seis letras, las mismas que «Procés». Y que «enemic».

A Miquel le he respondido cordialmente, recordándole que no todo en la vida es política y que no debería devolver un puñetazo a aquél que le acaba de mandar un abrazo. No ha habido respuesta. Podría haberle respondido más cosas, cómo no. Que su abuelo nació en una aldea gallega y que es triste que se haya catalanizado el apellido legalmente, quitando letras y alterando tildes, para no sentirse un catalán de segunda clase. A Montse le podía haber recordado que su abuelo salió en las páginas de sucesos cuando un vecino de su misma aldea, sin duda con su mismo acento, Rh y ADN, le propinó un navajazo por un asunto de lindes... Los que exigimos que se respeten las leyes y que las medidas políticas se tomen en aplicación rigurosa de la ley, pasando por las urnas las veces que haga falta pero siempre siguiendo las normas preestablecidas, les podríamos decir mil cosas a los que defienden que por encima de la ley está la justicia, lo que ellos entienden que es justo, o sea, lo que les parece guay. Pero sería echar más leña al fuego.

Los amigos no se dan la espalda por una puta cuestión de banderas. Ellos sabrán en qué han convertido su círculo de relaciones, cuántos mensajes cortantes habrán respondido a quienes les han deseado lo mejor. Mi wásap sigue abierto y, como le dije a Miquel en más de una ocasión, en mi casa siempre serán bienvenidos, con pasaporte o sin él. Y quién sabe si no acabarán llegando en patera, en caso de una República Catalana que ahora además ya no podrá contar con Tabarnia...

En fin; como terminaba aquel anuncio añejo de KAS con el que empezaba: «Nuevas sensaciones llenas de vida. Algo nuevo que vivir». Estamos empezando el año, un año que en mi caso prometo –y ya os iréis enterando en estas páginas– que estará lleno de cambios, espero que positivos. Que seáis felices en este 2018 que acabamos de estrenar, y que no falten la cordura, el respeto y la más elemental morigeración.

 

Antonio Marcelo Beltrán

@antoniombeltran

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